La relación entre ética y política en la democracia moderna no deja de ser tensa y peligrosa, ya que esta última introduce
un fuerte relativismo moral que, si bien permite la coexistencia en un plano de igualdad de las distintas concepciones
propias de toda sociedad compleja, no puede ser sostenido en el campo de la política. Es aquí cuando el poder, al penetrar
la dimensión ética, introduce en ella la más grande distorsión, ya que el discurso de la ética se convierte en una mera forma
de justificación del poder. Esto es lo que hace que la constante tensión entre ética y política nunca tenga un modo único o,
incluso, satisfactorio de resolución. Sólo la implementación de una lógica argumentativa que parta del reconocimiento de la
precariedad y ambivalencia que se entabla en la relación entre ética y política puede servir de resguardo ante aquellas distorsiones
que, en nombre de la primera, planteen el riesgo de cercenar desde el poder del estado los espacios de libertad.
La ética y la política son, para Aristóteles, ciencias prácticas, saberes que investigan el modo recto de comportarse los agentes humanos capaces de decidir libremente sobre sí mismos.
Esta capacidad de decisión libre no debe darse por suministrada por la naturaleza, puesto que el hombre natural está sometido a las necesidades de subsistencia y reproducción, y en ese ámbito carece de poder de decisión (no puede decidir no ser productivo, pues en tal caso no subsistiría).

La Ética

Siguiendo, pues, sus raíces aristotélicas Sto. Tomás está de acuerdo con Aristóteles en la concepción teleológica de la naturaleza y de la conducta del hombre: toda acción tiende hacia un fin, y el fin es el bien de una acción. Hay un fin último hacia el que tienden todas las acciones humanas, y ese fin es lo que Aristóteles llama la felicidad. Santo Tomás está de acuerdo en que la felicidad no puede consistir en la posesión de bienes materiales, pero a diferencia de Aristóteles, que identificaba la felicidad con la posesión del conocimiento de los objetos más elevados (con la teoría o contemplación), con la vida del filósofo, en definitiva , santo Tomás, en su continuo intento por la acercar aristotelismo y cristianismo, identifica la felicidad con la contemplación beatífica de Dios, con la vida del santo, de acuerdo con su concepción trascendente del ser humano.
La política
Respecto a la política santo Tomás se desmarca de la actitud adoptada por San Agustín al considerar la existencia de dos ciudades, la de Dios (Jerusalén) y la terrestre (Babilonia), identificadas, respectivamente, con la Iglesia y con el Estado pagano. La ciudad de Babilonia es considerada por San Agustín como el resultado de la corrupción del hombre por el pecado original; mientras que la ciudad de Jerusalén, la ciudad celestial representaría la comunidad cristiana que viviría de acuerdo con los principios de la Biblia y los evangelios. Las circunstancias sociales y la evolución de las formas de poder en el siglo XIII, especialmente los problemas derivados de la relación entre la Iglesia y el Estado, llevarán a Sto. Tomás a un planteamiento distinto, inspirado también en la Política aristotélica, aunque teniendo en cuenta las necesarias adaptaciones al cristianismo.
